Hay cosas que alguien que padece insomnio sabe que debe evitar. No sigo esas consignas al pie de la letra, pero las conozco bien y cuando por alguna razón sé que voy a pasarla muy mal si no duermo un poco, me cuido de todas las que puedo. Hoy era una de esas noches. El consabido no al café, no a cierto tipo de luces en el ambiente, no mucho volumen en la música que escucho, no demasiada música, no dejar que se instalen pensamientos que estorben demasiado, no atender llamados de indeseables; en fin, se darán cuenta a qué me refiero. La cosa no pintaba sencilla y cuando es así todas las precauciones son estériles. No obstante, con calma, disfruté la cena en familia celebrando que mi hija vino a verme, charlamos y miramos la tele un rato. Mala idea. En el momento no me di cuenta del peligro que significaba acumular ciertas imágenes en la memoria previa al sueño. Y lo pagué. Aparte de algunos fragmentos de programas que se presentan como serios, que son los que más nos hacen cagar de risa, disfrutamos un rato de ese tremendo profesional que es Walter Martínez en TeleSur, tomamos algo más y fuimos a acostarnos. Parecía estar todo más o menos en orden y confié en que fuera posible descansar un poco. Pero me dejé estar y empecé a repasar mentalmente algo de lo que habíamos visto. Apenas me di cuenta de esto me propuse no recordar nada. Esa ineludible trampa. Sabía que no sería posible, claro, y decidí autoinducirme al embole blanqueando la mente repitiéndome breves frases sin sentido. Pero es increíble lo difícil que resulta hilar más de tres seguidas sin ser un pelotudo diplomado. Hay que tener un verdadero talento al revés para ser prolífico en eso. O muy, pero muy garca. Pensando en eso, sin querer, abrí los ojos y no calculé que ya estarían aptos para ver tenuamente en la oscuridad. Quedé con la vista enfocada hacia la lamparita apagada de un velador sin pantalla y sentí como que alguien me dictaba una frase idiota que no podía entender. Y ahí apareció Él. El boludo más impresionante de la política envasada al vacío. Con su cabeza de lamparita emanando una lucecita pobre y lastimosa. Lo reconocí y me dijo: -“Que no pase como en la última elección, que los que ganaron perdieron y los queperdieron ganaron.” Bueno, pensé, si ya me hablan las lamparitas tengo un problema serio. Estoy muy mal. -“No”. - volvió a hablar desde su cráneo de vidrio, y siguió: - “El problema es que el mal trabaja muy bien y el bien, bastante mal.”
Andá a lavarte el culo- le dije, ya en voz alta.
- “Queremos encarnar un espíritu cívico argentino de buena gente que quiere el bien.” - me gritó.
- Claro – contesté-, por ejemplo el hijo de puta de Kojan. ¿No te da vergüenza sacarte una foto con ese sorete? ¿Qué clase de boludo te puede creer el chamuyo de la nueva política de la mano de Duhalde y de ese sorete? ¿Con quién te vas a sacar fotos en octubre cuando te rompa el culo el kirchnerismo a vos y a Macri, el nazi que te banca?
Y entonces contestó enfurecido:
- “No me gustó que Kojan saliera en mi foto, ni me va a gustar que salgan fotos cuando me Kojan.”
Me levanté y encendí la luz.
Por supuesto que nada de esto era verdad.
Excepto que el rabino Bergman tiene cabeza de lamparita.
¿En serio , Macri, creés que con este aparato le vas a piantar votos al kirchnerismo?
Chau, Mauri. Que sueñes con Nilda Garré.
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