Me gustan los bares. No es importante. Lo digo para contar un episodio, tampoco importante, pero que me ubica tomando algo en una barra. Como siempre expuesto, premeditadamente o no, al arribo de un fantasma cualquiera que aburra, sorprenda, profetice, recuerde, conmueva, repugne, mienta o confiese. Esta vez se presentó uno que lo hizo casi todo. Pero el tramo de su monólogo que tengo más presente, apenas interrumpido por algún sorbo que me sustituía como interlocutor, pretendía relatar una aventura que él obviamente consideraba aceptable, festejable inclusive, que por frustrada aspiraba a resultar graciosa en la alcohólica percepción de mi provisorio acompañante. Comenzó detallando la belleza hechicera de una mujer que lo había obsesionado, una de esas bellezas resaltadas por un espíritu inteligente, vivaz, inquietante. El pobre hombre, conciente de la imposibilidad de abordarla, de atraerla desde sus propios atributos, bien juzgados escasos por él mismo, no dudó en urdir un plan grosero, primario y miserable para emboscarla. Entonces la citó con una excusa inocente. Le habló y le habló, le mintió mucho. No podía creer que lo escuchara con creciente atención. No esperaba tanto. Confiesa que sabe que hubiera sido mejor confiar en sí mismo e intentar la seducción para la que no se había sentido capaz, pero optó por seguir el plan. Al momento de acompañarla a su casa, aplicó el estúpido chamuyo de sentirse mal para obligar la invitación a pasar. Una grasada que sorprendentemente resultó mejor de lo esperado. Ella le ofrece acompañarlo a la suya en un taxi. Perfecto, piensa el idiota. Una vez en casa, él la guía y ella prepara té. Mientras, él simula recuperarse de a poco y se arregla para dejarla sentada en el living y terminar de llenar las tazas a solas, deslizando la gota cómplice en la de ella. ¿Pero una sola estaría bien? Mejor dos. O cuatro. O descargar el gotero y asegurarse el efecto. Por qué no. La bella, incauta, bien dispuesta, a la mitad de la taza té se enrarece, se exalta. Pasa de la simpatía explícita a la confianza excesiva casi sin escalas. El idiota ríe y se frota las manos. Ella ríe y se vuelve hiperactiva; él, feliz, disfruta el momento y se siente vencedor. Se deja llevar por esa sensación y sueña, planea un futuro, se embriaga casi tanto como ella, se siente soberbio. Se acercan, se rozan, bailan. El idiota está en éxtasis y extiende el momento todo lo que puede. Pone música y bailan. El idiota olvida que todo es obra de un engaño y se engaña, se convence de que ella muere por él. Pero tan repentinamente como se excitó, ella se cansa, quiere sentarse, ya no se siente tan bien. Le pide que no le hable más, dice que su voz se le hace insoportable. Que se calle. Ya no lo soporta. Que se duerme. Necesita descansar. Él insiste. Ella se lo saca de encima. Necesita dormir. Se enoja. Quiere aire fresco y algo de silencio. Se enoja y se va. Y el idiota queda solo.
Cuenta que no quiso escucharlo nunca más. Saca en conclusión que la droga no era mala. Que hubiera funcionado bien si no se excedía en la dosis. Le pido que me deje pagar y que se vaya. El tipo me da como un asquito.
Mientras apuraba mi trago, pensaba en el exceso de mala prensa que los medios le dispensan a todo lo que pueda ocasionarle un daño al gobierno, objetivo ulterior de todos sus esfuerzos, como este que dirigen ahora contra Hebe y por su intermedio a todo lo obtenido en materia de Derechos Humanos esperando traducir eso en la captación del votante al que intentan seducir. No sé, profesor Quesada, supongo que estará de acuerdo conmigo en que esos procedimientos son obscenos, además de contraproducentes para esos fines. Todo perverso tiende al exceso, y estos no son la excepción. Quince tapas seguidas, tantos artículos sobre lo mismo en la misma edición, más todas las que van a venir, son como demasiadas gotitas de droga en la taza de té.
Y todavía nos está faltando esta semana Lulú Morales Solá!
4 comentarios:
Muy buen post y me gustó como relataste la historia.
Coincido. Demasiada obscenidad es contraproducente. No sólo cansa, sino que permite que aquel que sospecha, deje de sospechar para pasar directamente a creer que se trata de un ataque y una operación de prensa.
Saludos.
Gracias, Ricardo. Creo que hemos sufrido un fuerte cambio como sociedad y el kirchnerismo, protagonista central de ese cambio, aplicó lo necesario para cambiar, adaptarse y recuperar rápidamente la iniciativa ante cada transformación, mientras que el adversario expresado en los medios, se mantiene aferrado a los métodos que siempre le fueron útiles, incapaz de darse la plasticidad necesaria para responder efectivamente generando alternativas. Creo que nuevamente los efectos de sus ataques se van a ver neutralizados por su propia sobreactuación.
Saludos
Muy bueno lo suyo y lo de Quesada también. ¿Como hacen para seguir tantos blogs? yo me voy olvidando donde opiné, así que si me contestan a veces ni me entero.
Odio profundamente a la casilla de verificación.
Un abrazo.
Nos valemos de la tecnología, Atilio. Nos llamamos por teléfono para avisarnos y listo. Dejame tu número con confianza.
Gracias por la opinión.
Abrazo.
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